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Relatos desde las Alturas: La Cruz de Canta Marca by Francisco Iriarte Brenner
IALaw
Área de Derecho Constitucional

Última actualización: 30 - 03 - 2016

La antigua población de Canta Marca estuvo habitada por los canteños, desde tiempos antes de Cristo, se trataba de una llajta  compuesta por construcciones circulares, algunas de cuatro pisos o más, y unos cuantos canchones rectangulares, edificados –estos últimos- al parecer, en tiempos incaicos.

La antigua población de Canta Marca estuvo habitada por los canteños, desde tiempos antes de Cristo, se trataba de una llajta  compuesta por construcciones circulares, algunas de cuatro pisos o más, y unos cuantos canchones rectangulares, edificados –estos últimos- al parecer, en tiempos incaicos. Cuando el virrey don Francisco de Toledo dispuso en sus “Ordenanzas”, las “reducciones”!, tanto los españoles como los indígenas que vivían allí, se trasladaron a lo que es actualmente la capital del Distrito de Canta, capital de la provincia del mismo nombre. Dividiéndose el ámbito en dos grandes sectores: hacia arriba, hasta la Cruz que corona el morro más alto de la población, se encontraba el barrio de Roqcha; dos cuadras más allá del sector central de la población, en cotas  más bajas que la Plaza de Armas, se ubica Chacrara, barrio alejado de las residencias mayores y de los recintos correspondientes a las oficinas del Estado: la Caja de Depósitos, el Municipio, la Subprefectura, la Escuela Primaria, la Casa Comunal y la Iglesia con su torre.

Don Pedro Eduardo Villar Córdova, quien vivía con su familia a la salida de Canta hacia Matara y Obrajillo, frente a Ishpaycoto, estudió para sacerdote y fue nombrado Párroco del área que llegaba desde Canta hasta Lachaqui y Cullhuay; y quiso entonces revivir el culto a la Cruz de la antigua Cantamarca, que se había dejado de lado al trasladarse la población hacia su actual ubicación, sin duda, de clima más templado y mucha menor altura.

La idea tuvo su cola, pues hasta la fecha se sigue celebrando, los primeros días de mayo de todos los años, con una larga peregrinación y gran esfuerzo de los canteños, que muchas veces sufren los efectos del soroche por la gran altura en que se encuentra el sitio –aunque algunos creen que son efecto de la “veta”, por la presencia de varias minas en el área-, la festividad de la Cruz. Sobre el lomo de la colina, al borde diríamos de la zona arqueológica, se construyó una capilla que guarda la Cruz homenajeada en la oportunidad, según lo propuesto por don  Pedro Eduardo.

Las cruces del camino abundan en todo el territorio centro andino, alguna de éstas traen una gran cantidad de adornos sobre la madera que se refieren a los sucesos descritos en los Evangelios, mientras que otras veces nos encontramos con dos palos entrecruzados simplemente, o incluso algunas hechas de fierro fundido y calado con elegantes diseños curvilíneos, eso sí, siempre sostenidas estas cruces, por una peana que se suele superponer a antiguas apachetas, sobre todo en los entrecruces de caminos y, consecuentemente ya no solo son recordatorios de la Pasión de Cristo, sino que tienen agregados otros significados, que incluso recuerdan partes de antiguas religiones precristianas o paganas, en torno a la necesaria presencia de amparo ante las fuerzas malignas que se sitúan en ciertos parajes, especialmente en relación con los rumbos que sigue un camino.

No sé muy bien cómo hacen para bajar el pesado madero desde Cantamarca hasta Canta, en horas de la tarde anterior a la víspera de la fiesta; para esta tarea, allá solo van mocetones fornidos, y los chiquillos quedan fuera de la ceremonia del traslado de bajada, seguramente porque serían un estorbo antes que una ayuda. El retorno de la Cruz a su Capilla, luego de celebrada la octava, con rezos todas las tardes a partir de las 6 pm., y misas solemnes que duran casi siempre algo más de una hora, se realiza en cambio con participación de toda la comunidad, y personalmente he asistido cuando menos en un par de oportunidades.

El camino –cuesta arriba- es cosa seria, se inicia desde la Iglesia, en la Plaza de Armas de Canta, con la compañía del párroco y las autoridades civiles. Se toma la cuesta de Cancay y se sigue hasta el pie de Cantamarca, parcialmente sobre viejos caminos de herradura y parte en la carretera que sube hasta la cordillera de La Viuda, al borde de la laguna de Chuchún. A Cantamarca, esta peregrinación, llega en torno a las 11 del día, a un cansino paso de procesión, aunque algunos –los menores sobre todo- suelen adelantarse para tener tiempo de juguetear a las escondidas o a la guerrilla, habiéndose partido a las 6 de la mañana. Desde el punto de unión de la carretera con  el riachuelo que baja de una pequeña laguna, hay que subir hasta Torococha, y de allí, siguiendo la cresta del cerro, se continúa hasta la Capilla, llegándose allí pasado ya el mediodía. Se deja entonces la Cruz en la explana delante de la Capilla y cada familia se ubica en diversos puntos de la antigua población, donde se consumen platos fríos o pachamanca que se prepara con la debida anticipación en el sitio. Hoy, la carretera a Lachaqui ha acercado enormemente el acceso al lugar, así como también se cuenta con una trocha que se conecta con varias vetas carboníferas que se ubican en la cuesta de subida a la laguna que, en parte, se dice, pertenecieron a la familia de Santa Rosa de Lima, por lo que es relativamente fácil llegar con un todoterreno.

Recuerdo bien la existencia de un kullpi que llegaba a los cuatro pisos. Construido todo de piedra y barro, este edificio, de techo más ancho que la base, se erguía en la parte media de Cantamarca –debo confesar que la última vez que estuve allí no pude localizarlo, no sé si es que se ha destruido o porque mi memoria no alcanzaba a ubicarlo-. En el centro de la habitación de base, a manera de chimenea se levantaba un tronco cónico, que dejaba un vacío céntrico, en el que se destacaba una rústica escalinata que permitía subir a un rellano, de muy poca altura aunque suficiente para permanecer echado allí, seguía esta escalerilla hacia arriba, un segundo espacio vacío y luego, encima otro rellano que remataba hacia el sureste en una ventanilla casi trapezoidal con la base algo más amplia que la parte superior, siguiendo el modelo de la portezuela que posibilita el acceso al interior de la construcción.

Para 1959 viajé con don Arturo Jiménez Borja a Cantamarca, pudiendo constatar que la mayoría de estos recintos parecían no haber sido tocados mayormente y el paisaje hacia Paltagaga seguía siendo el mismo que había conocido en mi niñez. Era la semana de Carnavales de ese año, así que cuando retornamos, ya al atardecer, Ofelia, una de las hijas de Don Isaac,  se dio tiempo para bañarnos de un par de baldazos, ante la puerta de la casa de Don Goyo, donde estábamos hospedados, por cierto que ya no pudimos retornarle el obsequio, pues se desató una lluvia digna del recuerdo. 

En 1987 retorné a supervisar los trabajos de limpieza y consolidación que estaban a cargo del arqlgo. Carlos Farfán Lobatón, quien estaba trabajando sobre la cara que da hacia Paltagaga, en la primera hilera de kullpis, recogiendo el material cerámico fragmentado y reparando, en la medida de lo posible las viejas estructuras que estaban deterioradas tanto por la masiva concurrencia de las gentes en la fiesta de la Cruz, como por obra de los pastores de lanares que suelen refugiarse en el interior de las antiguas construcciones.

Sabemos, claro está, que el madero en cruz sirvió para la ejecución  de Jesús de Nazareth, así que ello no llama la atención mayormente, pero resulta que en el mundo andino, la cruz tenía otro significado, pues se trataba más bien de celebrar la vida con  ese símbolo que identificaba a la constelación que anuncia el fin de la época seca y para mayo, cuando ya se alejaron las lluvias veraniegas en las alturas, aparecen los campos cubiertos de las coloridas flores de los múltiples sembríos. Era en mayo entonces cuando se celebraba la aparición de estos extraordinarios ejemplos de lozanía y vida en las plantas, y en el mes de mayo (el 3 para ser más precisos), que se celebra por casi todas partes la fiesta de la Cruz, símbolo de muerte y de vida también, pues el Crucificado revive al tercer día, como ocurre con las plantas que lucen nuevamente sus galas para alegría de los seres humanos.

A lo anterior habría que agregar que en numerosas localidades andinas se suele asistir al “florecimiento”, en los bordes de las lagunas o manantiales, en una pagana festividad que posibilita el trato sexual de los adolescentes que, en cierta medida, se sigue considerando necesaria para el futuro florecimiento de las plantas y el rejuvenecimiento de las chacras, además de criterios relacionados con la reproducción de los seres humanos en el interior de las familias; es ésta entonces, oportunidad para asegurar las relaciones entre parejas que aún  no han legitimado sus encuentros amorosos.

Si nos fijamos en las Cruces de los Caminos, veremos que portan un conjunto de ornamentos basados en los Evangelios, especialmente los relatos en torno a la muerte de Jesús: cáliz, sol, luna (casi siempre en cuarto menguante), los clavos con que se sujetó el cuerpo del sacrificado al madero de la Cruz, la corona de espinas, las escaleras que se usaron para el descenso de la Cruz por obra de José de Arimatea, el sudario en que se envolvió el cuerpo de Cristo y otros elementos más, realizados por manos no muy expertas y en la que aparecen algunos rasgos que indicaría la presencia de elementos moros, no cristianos, como la figuración de la mano de Fátima, la hija de Mahoma.

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