El arte, evidentemente, trae consigo las más profundas tensiones y distensiones de la vida humana, constituyendo parte importante de aquello que no se logra expresar muchas veces en el lenguaje discursivo común.
El arte, evidentemente, trae consigo las más profundas tensiones y distensiones de la vida humana, constituyendo parte importante de aquello que no se logra expresar muchas veces en el lenguaje discursivo común. Es decir, se trata prácticamente, de un conocimiento especial, que se expresa en un lenguaje que se sale de lo corriente y se convierte en lo que querramos que sea; es decir, que no es otra cosa que un estado de ánimo al que aspiramos y que, de común, se nos escapa de las manos, aunque a veces los sueños, ciertos estados de conciencia, la hipnosis, la locura y algunas sustancias con poderes psicodélicos, pueden permitirnos penetrar en el mundo de la fantasía, de lo irreal, de lo maravilloso, comprendido en lo que conceptualizamos como arte. El artista, aparentemente no informa aquello que sabe, sino lo que piensa, imagina, sueña, inventa y construye, que son objetos, conceptos, ideas, formas reales o no, fantasías, palabras, sonidos, colores, movimientos, capaces incluso de transformar nuestro sentir común y corriente. El goce estético surge así entonces, del transporte, del arrobamiento diríamos, que alcanza a operar en nuestro ánimo lo bello, la producción artística en sí. El propósito del artista es, sin duda, suscitarnos una inmensa emoción, no necesariamente agradable, pero si admirable, empleando los colores, las líneas, la melodía, la armonía, el movimiento, palabras, tensiones y significados que están más allá de las meras características naturales de las cosas tal y como se presentan ante nosotros. El arte, entonces, viene a ser el fenómeno humano que produce la experiencia estética, siendo nuestros sentidos los receptores de lo bello, al decir de Hartman.
Por ello, una primera consideración sobre lo que estimamos que es el arte, nos lleva a señalar que éste es un tema nada fácil de tratar y que, tampoco están muy claras la conceptualización, la manera de entender al autor o autores de aquellas manifestaciones, a las que consideramos estéticamente como arte, tanto como a sus obras, así como las definiciones o una organización uniforme de aquellos procesos que producen lo que denominamos arte, y no estamos -para nada-, uniformemente de acuerdo, con el asunto de quién es un artista, pues también puede ser productora de belleza la misma naturaleza sola, por sí misma, sin intervención de la mano del hombre en esa producción, como podemos ejemplarizar en los celajes al atardecer en Pasamayo, la visión de la Cordillera Blanca desde Conococha, un campo de papas florido en mayo en las alturas de Canta, el valle del Colca, una tormenta eléctrica nocturna sobre el Titicaca, formas esculpidas porel viento y la arena en el Bosque de Piedras de Huayllay, la catarata del Velo de Novia, etc., en las que es imposible reconocer un autor humano.
Debe tenerse en cuenta antes que nada, que la concepción estética como tal, es prácticamente, universal; pues en todos los pueblos, cualquiera que sea su desarrollo tecnológico alcanzado o su organización social, su entorno natural o los procesos históricos por los que ha pasado cada uno de ellos, encontraremos claras concepciones de lo que sus integrantes consideran como bello o no, pero esas maneras de ver el campo de lo estético, no son iguales en todas partes, por todas las gentes, ni en todos los tiempos. De otro lado, debemos tener en cuenta que lo que puede considerarse estéticamente cabal y válido para un pueblo, o para una época, puede ser estimado incluso como normal, corriente o antiestético por otra sociedad, o en diversos tiempos. Y aún más, puede ocurrir que dentro de una misma estructura societaria y en una misma época, se estime como bello algo en el nivel popular que, sin embargo, es considerado precisamente como chabacano, huachafo, vulgar, sin valor, informe o aún deforme, en los niveles dirigenciales del mismo grupo humano.
No olvidemos que la contemplación de las obras estéticamente válidas, presupone evidentemente, una percepción especial, donde se superponen dos visiones distintas, a veces contrapuestas: la mirada del artista –quien selecciona en primera instancia, por ejemplo, los elementos, rasgos y colores que irán en una obra pictórica-, a lo que se incorpora su propia interpretación, a través de la elaboración plástica del tema, y de otro lado- la visión evaluadora del espectador. Y, por cierto, debemos tener en cuenta necesariamente que hay entonces, dos formas de enfrentar a la obra plástica: la correspondiente al artista, y aquella que procede de las gentes que observan la obra. Diríamos, además que, estéticamente, algunas pinturas y esculturas se comprenden solo con mirarlas, pero hay otras que requieren de una aproximación detenida para entenderlas. Consideramos que el conocimiento perceptual es un producto de la inteligencia, del cerebro, de los sentidos y de la cultura. La imagen es un medio natural diríamos, de comunicación que ha ido evolucionado desde formas rústicas y primitivas, a través del aprendizaje. Pero debe entenderse que, desde la fabricación de una herramienta hasta la creación de símbolos, las cualidades humanas interesadas en este asunto, son siempre las mismas, y lo ha sido siempre, en todo tiempo y lugar -y para los artistas especialmente-, una forma de expresar la cosmovisión que se tiene del medio en el que nos movemos, conforme lo vemos y lo entendemos en nuestra comunidad. En las artes visuales ello se manifiesta tanto perceptual como metafóricamente. Se percibe fácilmente, pues los referentes y significantes de la obra son básicamente elementos visuales, y es metafórica, porque formas, colores y dinámicas visuales transfieren sus cualidades al mensaje que se presenta ante el observador.
Solemos, de común, inclinarnos a considerar a las artes como un conjunto de actividades que pueden y deben ser desempeñadas por especialistas, aunque ello puede no ser tan cierto, como ocurre en nuestro propio caso, en donde abundan los aficionados, amantes, diletantes o amateurs en variados campos, o quienes solo dedican parte de su tiempo a la producción de objetos artísticamente válidos. La pintura, la escultura, la poesía, la música, la danza, el teatro, la arquitectura, el canto, se reconocen -sin mayor discusión- como arte y muchas personas se dedican parcial o exclusivamente a esas materias. Otras actividades en cambio, no son consideradas así muchas veces, como ocurre con el caso del diseño fabril, la ebanistería y en general la fabricación de muebles, la cerámica, la decoración de interiores, la pirotecnia, la cestería, la confección de vestidos, la fotografía, etc., entendiéndose de común, que estas últimas formas corresponden a expresiones de las artes prácticas o aplicadas, y no a las “bellas artes”, pese a que podemos reconocer sin mayor duda, que todas ellas contienen siempre un componente estético bastante claro y evidente, y en el caso nuestro, en nuestro país, incluyendo elementos, rasgos o formas que poseen además, un valor histórico incorporado.
Por lo tanto, podemos identificar preliminarmente al menos, como constituyente del arte, a un cierto conjunto de actividades que implican necesariamente un componente estético, sin dejar de lado que el artista y sus productos o expresiones, actúan dentro de un determinado contexto cultural y social, y no fuera de él. El objeto artístico por ello, no es solo y simplemente una forma significativa, es sobre todo una notable experiencia intelectual, capaz de transportarnos a una nueva forma de existencia, de armonía ideal, tanto al creador como al espectador de la obra conseguida. Un elemento que debemos tener en cuenta cuando tratamos de una obra artística, es el tiempo, pero, al respecto, conviene tener presente lo que Ramírez Macip dice al repecto de lo que ocurre en las comunidades primitivas o tradicionales: “… El tiempo no se percibe como un flujo homogéneo y continuo de procesos y eventos, sino como un transcurrir de intervalos de distinta duración asociados con diferentes signos y significativos, hechos y lugares. De acuerdo con la visión del mundo se construyen varios modelos, por medio de los cuales el tiempo asume el significado práctico y/o conceptual. En otras palabras, estos modelos o patrones de tiempo, modelan el pensamiento cognoscitivo del hombre y estructuran sus relaciones sociales… Aunque la conciencia del tiempo es producto de la evolución humana, las ideas de tiempo no son innatas, ni se aprenden de modo automático, sino que son construcciones intelectuales resultantes de la experiencia y de la acción. A pesar de que la conciencia de los fenómenos temporales parezca inherente a nuestra experiencia personal, implica un esquema conceptual abstracto, que sólo aprendemos a construir de manera gradual…”
Por su parte Jean Piaget dirá que: “… El tiempo es la coordinación de movimientos: ya se trate de desplazamientos físicos o de movimientos en el espacio, o de movimientos internos que son las acciones simplemente esbozadas, anticipadas o reconstruidas por la memoria, pero cuyo término es espacial; el tiempo desempeña respecto a ellos, el mismo papel que el espacio en relación con los objetos móviles… El espacio es algo instantáneo captado en el tiempo, y el tiempo es espacio en movimiento, ambos constituyen en su reunión el conjunto de relaciones de concatenación y de orden que caracterizan a los objetos y sus movimientos…”
Volviendo a Ramírez Macip, encontramos que sostiene que: “… el ciclo diario y anual del sol ha sido para los pueblos tradicionales una prueba de la armonía y complejidad de la máquina del mundo y de su industria constante. El mundo mismo (la máquina) cubierto por el ropaje de la naturaleza cambiante con las estaciones (cuatro), no es sino un símbolo del ritmo universal que antecede, constituye y sucede a cualquier manifestación. El misterio del ritmo, expresándose en ciclos y períodos, es la magia que subyace en todo gesto; y la vida del cosmos, su símbolo natural. El sol es, entonces, una de las expresiones más obvias de esa magia; en sus períodos marca con nitidez la regularidad del tiempo, el que procede según su arbitrio. En el año ordena las estaciones y regula los climas y las cosechas, y de su gobierno depende la vida de los hombres… el tiempo de las danzas cosmogónicas solares es un tiempo ritual, observando aquí, al igual que en el espacio, esa división entre tiempo natural y tiempo ritual; el tiempo natural será entonces el del hombre común en sus labores extrarreligiosas, en tanto que el tiempo ritual… será ese tiempo mágico del inicio de las cosas. La danza reactualiza ese tiempo ideal, en donde el actuar de los dioses sobre la naturaleza marca la diferencia entre la vida o la muerte, así los danzantes al actualizar este obrar primigenio creen influir sobre la voluntad de las fuerzas superiores y sobre la naturaleza…
“… El tiempo, a través de la música, tiende a definir el rito según la estructuración armónica de elementos sonoros y rítmicos que le pertenecen, como una arquitectura móvil y evanescente. Otra función importante es de servir de soporte melódico rítmico a la palabra hablada, y de regir el tiempo gestual de la danza…. Concepto básico dentro del estudio de cualquier manifestación dancística es el del movimiento, que para el hombre… era un puente entre tiempo y espacio. El movimiento de los cuerpos celestes a través del espacio produce el tiempo, el movimiento del hombre a través de la vida produce la acción…”.
Estimamos aquí, desde el punto de vista antropológico, como pertenecientes al arte, cosas tales como el vestido o el adorno corporal; la decoración de la cestería, la escultura en madera, piedra o metal, la arquitectura, la pintura y el modelado de la alfarería, la proa de madera tallada de una canoa y el pilar esculpido o pintado de un edificio, las alfombras y el decorado de vasijas de lagenaria, así como todas las formas de danza, música, canto y narración, que deben ser examinadas desde el punto de vista de sus componentes estéticos y de su conexión con las demás expresiones de la vida social, comunitaria: tecnología, economía, mitología, religión, magia, cosmovisión.
Así como resulta sumamente difícil definir en breves palabras lo que es el arte, uno de sus principales elementos: el estilo, trae aparejada también una evidente oscuridad conceptual, por lo que para tratarlo en la forma más adecuada, hemos recurrido a las opiniones de A. L. Kroeber, quien dice que: “El estilo como concepto genérico abarca un campo muy amplio, pero también muy mal definido… Un objeto de fuente u origen desconocidos, pero realizado dentro de un estilo definido, puede ser históricamente asignado a dicho estilo con toda seguridad. A menudo, un objeto semejante se le puede asignar una fecha, una posición específica dentro del curso de desarrollo de su estilo. De este modo, los objetos artísticos pueden convertirse en un testimonio sensible y fidedigno de ciertas conexiones históricas previamente desconocidas o insospechadas…”
“… La etimología es stylus, el agudo estilete usado por los griegos y romanos para escribir sobre cera. En este caso, el sentido es metafórico, como cuando hablamos de una pluma inspirada o venenosa, de una mano fluida o atrevida. Originalmente el estilo de un hombre era su manera característica y peculiar de escribir: posiblemente, en un principio, hacía especial referencia a la forma de sus letras, es decir, a su caligrafía, y más tarde, con toda seguridad, aludía más bien a la elección y combinación de palabras. Al principio, siempre se refería, por tanto, al estilo de un individuo, sentido que la palabra sigue teniendo todavía, aunque también haya adquirido un sentido social… En realidad, dentro de la moderna historia del arte y de la crítica estética, la palabra “estilo” tal vez comporte más a menudo una connotación social que individual… Aunque el estilo se refiere principalmente a las cualidades estéticas y constituye quizá la esencia de las bellas artes, también puede rastrearse en aquellas actividades cuyo resultado son las artes prácticas o útiles, así como en las recreativas o estéticas…”. Es decir, que para Kroeber, el estilo está inserto en la obra y se encuentra necesariamente como un condicionante de la misma.
Las más antiguas formas de arte pictórico que conocemos, aparecen, tanto en el Viejo Mundo como en América, sobre las irregulares y rugosas paredes naturales de cavernas que sirvieron de refugio a las gentes de hace 20,000 años o más aunque también aparecen ciertos diseños sobre rocas aisladas o sobre la superficie de varios puntos del territorio, probablemente con adicional carga sacralizante adicional. Y es precisamente a través de la representación pictórica o grabada rupestre, que podemos estar seguros que ya en aquellos lejanos tiempos se practicaba una suerte de danza mágica, con especial parafernalia que integraba entre otros elementos, máscaras colocadas sobre la cabeza y el rostro del ejecutante, como podemos ver en ejemplares procedentes de yacimientos tempranos en varios puntos del territorio nacional peruano, y también en la zona central de Europa, lo que se reitera tiempos después, como podemos observar que aparece en escenas pintadas al pincel, en muchas vasijas de cerámica Moche, de épocas posteriores, carácter de orden mágico-religioso que perdurará hasta el presente, a pesar de las tendencias seculares o desacralizadas vigentes, pues no podemos dejar de lado que el uso de la máscara implica la posesión de otra personalidad por el actor -demoníaca a veces, severa, cómica, trágica o divinizada-, como está demostrado en varios estudios sobre el tema.
Pese a utilizarse la rígida e irregular superficie de las paredes y los techos de las cavernas, sin contarse evidentemente con el instrumental apropiado y tratarse, además, de representaciones imaginadas -aunque se intenta reproducir lo más fielmente posible las actividades de los hombres y animales que se diseñan en esos lugares-, en medio del misterio de la profundidad tenebrosa de esas grutas, en sitios apartados de donde se desarrollaba la vida diaria de las gentes de esos tiempos, es evidente la intención del artista en darle movimiento y vitalidad a sus trabajos, mediante las líneas del cuerpo del animal o de los seres humanos allí representados, con la posición casi natural de las poses logradas, los colores –a veces difuminados- que iluminan la escena de caza o de encierro de los animales, y la hacen más vívida; animales que aparecen con las patas dobladas o la cola levantada, con algunos trazos adicionados, que parecieran señalar manadas de camélidos en movimiento –en nuestro caso- y los cazadores que van ligeros, cargando dardos o jabalinas en las manos, o disparándolos, al tiempo que aparentan moverse veloces en el espacio tras sus presas.
De otro lado, sobre los orígenes nativos de expresiones tales como la música, la danza y la narración no existe mayor información, debido a que estas artes no dejan aparentemente mayores testimonios concretos en los registros arqueológicos, aunque en el caso de las pictografías y petroglifos de Toro Muerto, en Arequipa, y en las de Huancor, en Chincha, por ejemplo, podemos estar seguros de la presencia de la danza en formas individuales, solistas, de pareja suelta y de grupos, y hasta pareciera que en algunos momentos, se quiso incluso representar las notas que guiaban los sonidos acompañantes de la forma coreográfica. Y, en Caral se han hallado livianas flautas de hueso de aves –de pelícano y de cóndor, según se informa-, que señalan que en torno a los 4,500 a.C. ya se tenían estructuradas formas musicales, de variados tonos, aunque desconozcamos escalas, ritmos y melodías para tañer adecuadamente esos instrumentos, o para enterarnos de quiénes eran los que podían o estaban autorizados para hacerlo. Y en Chilca, en el interior de rústicas estructuras contemporáneas del precerámico sin algodón, se encontró una quena de caña con diseños pirograbados representando un tañedor de flauta precisamente, según lo informara Frédéric Engel.
Se suele comúnmente, suponer y presentar al arte de los pueblos “primitivos” -es decir de aquellas comunidades que se ubican al margen de la cultura europea occidental-, como burdo en su ejecución y realizado sobre la base de temas pueriles o carentes de madurez en su concepción, casi infantiles. Idea que, a nuestro criterio, está lejos de ser exacta, aunque lo cierto es que muchas de las obras artísticas de los pueblos iletrados aparecen a nuestros ojos como menos elaboradas que las producidas por las gentes con las que nos relacionamos cotidianamente, sobre todo por depender para su ejecución, de instrumentos bastos y toscos y de una tecnología inadecuada, pero ello no resulta ser cierto en modo alguno, cuando examinamos las vasijas de cerámica de nazcas, marangas o mochicas, por ejemplo; y no podemos dejar de lado la extraordinaria calidad de los tejidos de Paracas o Wari, o las excelencias de la arquitectura Chavín, Tiwanaku o Inca. Ningún arte, por más simple o “primitiva” que sea la cultura en la que nace, puede considerarse por ello, a priori, infantil o inmaduro.
Las artes, lo reiteramos, comprenden actividades que incluyen siempre y necesariamente, un componte estético, que se corresponde a ciertas necesidades psicológicas, aparentemente básicas en el ser humano. La estética, por ello, también es estudiada tanto por la Psicología como por la Filosofía; los antropólogos, por su parte, se preocupan por el acondicionamiento y control cultural de los impulsos y actividades estéticas, así como de las relaciones existentes o probables entre el arte y otros aspectos de la cultura: religión, mito, magia, tecnología, organización social, economía, política, etc. Decía Kroeber, por ello, que: “… nadie puede dudar de que existen las bellas artes, o artes puras, ni de que forman parte de la totalidad del proceso social humano… Sin embargo, las fronteras del territorio de las bellas artes no son fáciles de trazar con precisión. Aproximadamente, todos estaremos de acuerdo en que allí donde predomina el elemento creador nos encontraremos con producciones pertenecientes a las bellas artes; y allí donde se considera principalmente la utilidad tendremos las artes aplicadas, llamadas también a veces artes decorativas… Las bellas artes varían entre sí por el grado en que representan o pintan, es decir, por el grado en que sus producciones tienen un significado basado en la realidad, o sea, que nos cuentan una historia. La literatura, y en su mayor parte la pintura y la escultura, son representativas, aunque hay excepciones… La música y la arquitectura, por otra parte, no intentan por sí mismas la representación, aunque la pueden tolerar en dosis reducidas como elemento accesorio. Las artes representativas, por tanto, poseen un contenido, un asunto, además de la forma mediante la cual lo expresan… Las artes no representativas –música, arquitectura, decoración y la mayor parte de la danza- versan directamente sobre las proporciones o relaciones entre sí de sonidos, formas, masas, colores o movimientos, o sobre las relaciones de todos estos elementos para la composición del conjunto. Estas artes apenas tienen asunto independiente de la expresión de la forma estética, siendo esta última su propio tema… las bellas artes producen ciertos valores y estos valores siguen conservándose en las producciones artísticas. Dichos valores proporcionan ciertos placeres peculiares… ciertas satisfacciones utilitarias, o sea, de la subsistencia y conservación del acto de vivir como tal. Estas satisfacciones estéticas se buscan como fin en sí mismas; aunque este hecho no les impide que, asociadas o entretejidas con otro elemento, tengan también motivaciones no estéticas”.