Consideremos, brevemente, las causas del proceso destructivo:
Consideremos, brevemente, las causas del proceso destructivo:
1. Causas naturales: El deterioro continuo de los restos antiguos expuestos al aire, en su superficie y estructura, debido a agentes atmosféricos (temperatura, variaciones térmicas, luz, insolación, humedad y variaciones higrométricas, lluvia, hielo, etc.), la agresión de la vegetación u otros fenómenos naturales, como los sismos. Debe incluirse la degradación de los materiales de construcción, excavaciones, materiales sepultos degradables, por la composición del terreno, la infiltración de aguas, formación de depósitos salinos, calcáreos, etc. En el caso de los bienes arqueológicos sumergidos, debe considerarse la acción del agua, con sus movimientos y variaciones, la arena, el fango, algas, salinidad, etc. Además debemos tener en cuenta la acción de animales como insectos y roedores, raíces de plantas, paso constante de animales pesados, riadas o inundaciones.
Estas causas concurren a la degradación de materiales orgánicos como tejidos y maderas, a veces atenuado por particulares condiciones de sequedad; a la alteración o degradación de huesos, a la oxidación de los metales; erosión y fragmentación de la superficie de piedras suaves; a la caída de los revestimientos de paredes; atenuación o desaparición de los colores de las pinturas.
La acción destructora de la naturaleza tiene un normal y constante desarrollo a lo largo del tiempo, pero aparece proporcional al desarrollo de las excavaciones, que determinan la exposición a los agentes atmosféricos de tantos restos y a la alteración del preexistente equilibrio. Causas industriales se incluyen en la transformación de la atmósfera, que puede acelerar la decadencia de los monumentos al abierto, o los cultivos intensivos que posibilitan la filtración de aguas y el desarrollo de vegetación que alteran los estratos arqueológicos y el estado de los monumentos sepultados.
2. Acciones humanas: Sobre todo referidas al desarrollo económico-social del mundo moderno. Pueden ser clasificadas en los siguientes rubros:
a. Urbanística: las grandes transformaciones de la constitución urbana de las grandes ciudades, la expansión de los barrios periféricos, la creación de nuevos poblados, que implican demoliciones o mutilaciones de los restos; destrucción parcial o total de objetos ubicados en el subsuelo, de yacimientos arqueológicos anteriormente no tocados, tumbas y otros, especialmente en áreas suburbanas; alteración o desaparición de testimonios de las antiguas ciudades; reducción de las áreas de respeto, deformación visual, sofocamiento de los monumentos antiguos por nuevas construcciones.
Fuera de las áreas urbanas aparecen peligros sobre todo en las zonas de disfrute turístico, que implican incluso, la defensa del paisaje, amenazas cada vez mayores contra la integridad y el respeto de importantes yacimientos arqueológicos. A lo que debe agregarse la construcción de carreteras, albergues, teleféricos y otros, conectados con las industrias, que transforman –y a veces completamente-, el carácter de la arquitectura previamente imperante. Todo ello determina la irreparable pérdida de la realidad ambiental, conectada íntimamente con los monumentos antiguos y constituyente ella misma, un testimonio histórico, que definimos como paisaje arqueológico.
b. Comunicaciones: el desarrollo de caminos y autopistas ha creado problemas en lo que se refiere al encuentro con ruinas y yacimientos arqueológicos y, sobre todo, al atravesar antiguas zonas urbanas o necrópolis (Pachacamac, Chan Chan, Chavín, Sacsahuaman, Ancón, Chancay, etc.). La estructura misma de los caminos y sus obras de arte (puentes, viaductos) amenazan, aún la integridad del paisaje arqueológico (Estadio Monumental de la U). La instalación de antenas de televisión o de grandes estructuras para soporte de cables, pueden constituir serios atentados al mantenimiento de los antiguos monumentos como en Marca Huamachuco o Garagay.
c. Industria: la expansión de establecimientos industriales, en lo que concierne a la ocupación del suelo, especialmente en lo que se refiere a la construcción de presas hidroeléctricas o de irrigación, que implican la sumersión definitiva de restos y yacimientos arqueológicos (Gallito Ciego, etc.). No debemos dejar de lado, en proporciones colosales, la construcción de la represa de Asuán, en Egipto, que provocó problemas de resonancia mundial y en muchos aspectos ejemplares, que posibilitó la salvaguarda de los monumentos arqueológicos de Nubia y el Sudán, que podrían quedar sumergidos.
d. Agricultura: el desarrollo de la agricultura industrializada representa el más grave peligro que haya amenazado a los yacimientos arqueológicos, precisamente por su amplitud, y a que opera destructivamente por causas directas, con el empleo de medios mecánicos, que atacan –y no solamente en superficie. Sino también en profundidad- la estabilidad de los antiguos monumentos, y en forma indirecta por la presencia de actividades humanas en las zonas donde antes había una agricultura precaria, escasamente habitadas, lo que favorece los descubrimientos casuales y excavaciones no controladas por los campesinos.
e. Minería: La explotación de hidrocarburos (gas y petróleo), así como la perforación de los suelos para extracción de minerales de valor en el mercado internacional, posibilitan la pérdida de yacimientos de diversa extensión e importancia, como ha ocurrido en La Oroya, Cerro de Pasco, Goyllarisquisca y otras localidades que han cedido frente a los intereses mineros.
3. Otras causas humanas en relación directa con el interés arqueológico: debemos considerar aquí las investigaciones y excavaciones conducidas sin las adecuadas precauciones científicas y, por lo tanto, destructivas de los testimonios contenidos en el subsuelo arqueológico.
La progresiva destrucción de los restos antiguos, por obra moderna, es tan evidente y grave, que provoca la reacción de la opinión pública, lo que demuestra la insuficiencia de la legislación vigente y en el nivel organizativo y operativo del Estado, lo que exige los más radicales remedios. Sin embargo, el problema no puede afrontarse sobre bases concretas y con soluciones definitivas, sin contar con el empeño absoluto y sin condiciones, ante cualquier interés en contra, pues la salvaguarda debe conciliarse y coordinarse caso por caso, con otras exigencias.
El argumento de los “límites” de la instancia defensiva es de excepcional delicadeza, teniéndose en cuenta que ello debe verse en situación de emergencia, en la que se pretende dejar de lado la acción de tutela. En efecto, en países de milenaria experiencia histórica como es el caso del Perú, las trazas materiales de la vida pasada se encuentran por doquier y con tanta abundancia y variedad, que se hace prácticamente difícil y aún inútil en ciertos casos, el control, tanto con referencia a los restos de construcciones antiguas como a los hallazgos aislados de tumbas, cerámica, tejidos, etc.; de otro lado, debe considerarse la existencia de estratificaciones arqueológicas en el subsuelo, que aparecen a veces en los lugares más imprevisibles.