Cuenta la tradición que en Huancamayo, había una mujer bellísima, sumamente afortunada además, pues poseía tierras, ganados y minas que la convirtieron en un modelo de personaje de leyenda, que deseosa de vivir en la capital, reunió bienes y servidores y se trasladó de Huancayo a Lima, aposentándose en el cerro Agustino. Su nombre quedó en varios puntos del territorio que recorrió, especialmente en el Distrito de Ate, donde se suponía estuvo detenida por un buen tiempo.
Cuenta la tradición que en Huancamayo, había una mujer bellísima, sumamente afortunada además, pues poseía tierras, ganados y minas que la convirtieron en un modelo de personaje de leyenda, que deseosa de vivir en la capital, reunió bienes y servidores y se trasladó de Huancayo a Lima, aposentándose en el cerro Agustino. Su nombre quedó en varios puntos del territorio que recorrió, especialmente en el Distrito de Ate, donde se suponía estuvo detenida por un buen tiempo.
Cuando en 1953 fui destacado por el Patronato Nacional de Arqueo-logía para trabajar con don Arturo Jiménez Borja, en el yacimiento arqueológico que hoy llamamos Puruchuco, asentado en el flanco oeste del cerro Mayorazgo, tuve que hacer un recorrido por el entorno, constatando la presencia de varios yacimientos prehispánicos más: Huaquerones –hoy debajo de una densa barriada-, Longuera –que al parecer fuera campamento de Cáceres en época de la Guerra del Pacífico-, Catalina Huanca –que se presentaba como una extensa construcción en medio de un arenal, el que se prolongaba a derecha e izquierda de un edificio conformado por unas cinco capas constructivas, que le daba un aspecto piramidal alargado a la antigua obra, que presentaba muestras dispersas de cerámica del estilo polícromo del Período Intermedio Temprano al que hoy se llama “Ishma”.
Hacia el lado Sur del antiguo edificio había huellas de haberse explotado el material de construcción de arena eólica, aunque ello daba la impresión de haberse suspendido desde hacía un buen tiempo. No volví al sitio, aunque si trabajé con la fragmentería de cerámica procedente del lugar y que había sido recogida por Stumer, en la que debo recordar especialmente un espécimen sorprendente: un arcaísmo, cuya forma y color negro correspondería originalmente al Chavín de los momentos del Formativo, pero que por el peso y conclusión de la obra, era evidentemente del estilo Ishma. Material que, en su integridad, quedó en el Museo de Puruchuco.
Habiéndose ausentado de Lima desde 1963, no tuve mayores noticias de este interesante yacimiento arqueológico que, según algunos informes fue trabajado por algunos jóvenes profesionales, de los que desconozco sus logros en el sitio. Hace muy poco, he recibido informes sobre el lugar que me han producido un shock cultural. Los traficantes de arena han logrado excavar imponentes cráteres de varios metros de profundidad a ambos lados del antiguo edificio, el mismo que se mantiene en pie casi en equilibrio inestable, soportado apenas por delgadas paredes de material transportado por el viento y que ha quedado como testimonio de lo que no debería hacerse.
¿Cómo ha podido suceder ésto? ¿Cómo es posible que se haya permitido a los traficantes de arena llegar a estos extremos, en los que el antiguo edificio con las justas supera el punto de equilibrio? ¿Cómo no se ha hecho de conocimiento público esta terrible situación que nos pone en el papel de bárbaros incivilizados? Alguien debe responder de este atropello a la razón y a la historia.